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Síndromes dolorosos en oncología. Evaluación y factores pronósticos

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El dolor intenso interfiere en la morbilidad, la rehabilitación y la propia nutrición del paciente. Su

adecuado tratamiento y control se revela como uno de los principales objetivos que se ha de conse-

guir para procurar una mejor calidad de vida.

Teniendo además en cuenta que el dolor tiene una vertiente de subjetividad, pacientes con el mismo

tipo de cáncer pueden experimentar diferentes intensidades de dolor, responder de forma diferente a

los mismos analgésicos y presentar una sensibilidad variable a los efectos adversos de estos fármacos.

En general, el dolor nociceptivo responde bien a los analgésicos tradicionales incluidos los antiin-

flamatorios no esteroideos y los opioides, mientras que el dolor neuropático se mantiene como una

entidad de tratamiento más difícil, que no responde bien a la analgesia y que puede aliviarse con

fármacos antiepilépticos o antidepresivos tricíclicos (7).

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, el tratamiento del dolor oncológico debe

estar proporcionado a la intensidad del mismo y las circunstancias acompañantes. La intensidad del

dolor, las comorbilidades acompañantes, el entorno familiar, el perfil psicológico del paciente y la

existencia o no de hábitos de consumo no saludables deben ser tenidos en cuenta a la hora de diseñar

el tratamiento.

Clásicamente y siguiendo la escalera de pasos de la Organización Mundial de la Salud, el primer

paso para el tratamiento del dolor, sobre todo si tiene características nociceptivas y es de intensidad

baja o media, lo constituye el uso de analgésicos no opioides como paracetamol o metamizol, junto

a antiinflamatorios no esteroideos. Hay que tener en cuenta los efectos adversos de estos fármacos,

toxicidad hepática del paracetamol o toxicidad digestiva de los antiinflamatorios no esteroideos, que

pueden influir en la toma de decisiones terapéuticas.

El dolor moderado que no responde adecuadamente a esta primera combinación analgésica o la

progresión de la intensidad del mismo debe ser tratado con opioides de baja intensidad, codeína o

tramadol combinados o no con los fármacos del primer escalón. Es posible también el tratamiento

con opioides mayores a dosis bajas.

El dolor intenso debe ser tratado con opioides mayores. Morfina, hidromorfona, oxicodona, fen-

tanilo. Tapentadol, buprenorfina o metadona son los principales opioides que forman parte del ar-

senal terapéutico. La elección de uno u otro, así como la forma de administración, parenteral, oral,

transdérmica o transmucosa dependerá de factores personales del paciente, y el tratamiento deberá

individualizarse en cada caso.

El dolor neuropático tiene un mal control con el uso único de opioides, por lo que en el diseño del

tratamiento entra el empleo de fármacos coadyuvantes como antidepresivos (amitriptilina) o anti-

convulsivantes (gabapentina y pregabalina). En caso de compresión neurológica, debe ser tenido en

cuenta el empleo de corticoides (8).

Otras medidas terapéuticas no farmacológicas para el control del dolor incluyen la radioterapia,

muy efectiva en metástasis óseas o compresión tumoral radicular o cerebral (9), la cirugía en caso

de fracturas patológicas, lesiones vertebrales con compromiso del canal medular u obstrucción de

vísceras huecas. El empleo de bisfosfonatos, una familia de fármacos que inhibe la resorción ósea

mediada por osteoclastos disminuyendo el dolor y los eventos relacionados con el esqueleto de las

metástasis oseas (10) y denosumab, un anticuerpo monoclonal que inhibe el ligando del receptor del

activador del factor nuclear kappa beta previniendo la activación del precursor de osteoclastos para

el alivio del síndrome álgico debido a metástasis oseas (11).